viernes, 11 de enero de 2013

Mamelles




                                                     Playa de Mamelles, con el faro al fondo





La playa de Yoff es como una de esas enormes playas portuguesas, abiertas de par en par al Atlántico y que guardan de alguna forma ese toque salvaje que ningún exceso de turistas puede empañar. La diferencia es que la playa de Yoff se prolonga hasta casi el infinito, sale desde Dakar y llega hasta Mauritania, haciendo kilómetros y más kilómetros de arena bordeando el país.
La playa es aquí un centro más de vida más, no es como en Europa un lugar sólo para disfrutar y relajarse. Cuando todavia está en Yoff, el enorme ancho de la playa se divide: una mitad para chiringuitos con sombrillas de paja, y la mitad que se une al mar, la verdadera playa. Es allí donde la vida de los senegaleses se desarrolla con normalidad, como si se tratase de otra calle más de la polvorienta ciudad de Dakar.  Grupos de chavales jugando al fútbol contra la puesta de sol, con la marea haciendo de banda y siendo una parte del juego; carros tirados por caballos llevando cualquier tipo de mercancía, atravesando la playa paralelamente a la línea de olas; una mujer que camina descalza, llevando a su hijo en la espalda; senegaleses intentando vender objetos de madera, de plástico, de casi cualquier cosa en realidad, a algún blanco sobre todo, a cualquiera. Dos jóvenes llevando a la fuerza a un cordero hasta la orilla, y una vez allí lavándolo, frótandolo con fuerza, aunque parezca que lo maten por la actitud del animal. No hay forma más barata de lavarlos y el país está lleno de corderos, así que el mar presta un buen servicio.

Y otros dos jóvenes que corren en sprint una carrera para comprobar quien es más rápido, recordando lo importante que es el ejercicio para los senegaleses. Un poco lejos de la playa de  Yoff está la playa de Mamelles, bastante pequeña y  situada a los pies de la colina donde se alza el faro de las Mamelles, el punto más alto de todo Dakar y que envía cada noche su luz  a quienes quieran verla, tanto en el mar como en los rincones casi siempre oscuros de la ciudad. Es esta playa la que está más cerca de mi casa y a la que acudo bastante, para bañarme y jugar al fútbol. A todas horas puede haber chicos entrenándose, pero en esta época del año la hora punta es de 17h a 19h, cuando anochece. Por la tarde aparecen los musculados luchadores de lucha senegalesa, que aparte de correr hacen flexiones y multitud de ejercicios para fortalecer los músculos de las piernas, ya que es básico en su deporte arraigarse con la fuerza del tren inferior para que el contrincante no pueda echarlos a tierra. Se agarran por el cuello agachados y el primero que caiga de espaldas muere. Es duro el ritual que viene después, con el sacrificio del perdedor, pero hay que entenderlo desde el respeto hacia otras culturas. La muerte aquí es tan normal como andar en bici y las bicis... que no, que no muere, lo pasa mal, pero lo dejan vivir. Sino no quedarían suficientes luchadores y éste es el deporte rey en Senegal, así que los dejan vivir. Además, todo el entrenamiento con el que han esculpido esos cuerpos quedaría para nadie, para el viento.

Así que de un lado tenemos a los luchadores y a los que simplemente corren y hacen ejercicios, muchos de ellos que vienen de jugar al fútbol. Y corren en una de las bandas del improvisado campo de fútbol, con lo que muchas veces estorban el juego, y muchas veces se juega más allá de donde ellos están. A pesar de ello nunca nadie se queja, no hay malas caras cuando se estorban, cada uno está a lo suyo y los dos grupos de deportistas conviven sin problemas. No puedo evitar pensar que en Europa esto sería imposible: a la primera de cambio uno de los corredores cortaría el balón de un futbolista, o un balón golpearía con fuerza en uno de los luchadores, y habría problemas. Yo lo achaco a un mayor sentido de la colectividad que existe aquí, donde el espacio es de todos y no debo enfadarme si molestan mi actividad. Y lo mismo pasa en las calles, entre los tranquilos paseos de los coches.
 Y como aquí se toman muy en serio el estar en forma, o tienen sobredosis de energía, cuando unos pierden al fútbol normalmente se ponen a correr hasta que toque jugar la próxima vez. Yo no, yo los miro o me doy un baño, o más bien me baño porque cansa hasta verlos hacer tantas cosas.

La primera vez que jugué al fútbol fueron cinco minutos, y al final perdimos, así que tocó salir del campo, pero tuve que hacerlo casi a rastras. Cualquiera sabe que jugar y correr en arena es muy duro, pero imaginaos si se hace corriendo con negros que parece que han nacido para trotar, y que no paran ni un segundo. Ahora ya me voy acostumbrando a los partidos de cuatro contra cuatro, a un gol y donde el que pierde sale, y donde el final del deporte lo marca el sol que, perpendicular al campo, va bajando hasta perderse en el océano, por allí por donde América debe de estar.  Se aprende a jugar hasta con la resaca de las potentes olas que hacen de borde, a escuchar detrás tuya el agua en tromba que amenaza con quitarte el balón de los pies. Y ahora cada vez que llego a la playa saludo a Pierre, a Alpha, a Dauda, a Hussein o a quien esté por allí cuya cara me suene, porque hay mucha gente diferente dependiendo del día , y pregunto con quien puedo jugar. Y sé que echaré de menos, cuando pronto me mude de casa, los partidos bajo el faro de Mamelles, y la gente del barrio.

Por aquí las cosas se ven desde otros ángulos, y la vida diaria se vive en clave de alegría. A pesar de las penurias, a pesar de la pobreza, las sonrisas abundan por doquier y se mezclan entre ellas amablemente. Hoy por ejemplo, un policía me paró en una rotonda por no llevar casco en la moto (madre no es lo que parece, tuve que salir rápido y lo olvidé), y tuve que pagarle la mitad de la multa para que se olvidase y me dejase ir. No se cortan mucho, te llevan descaradamente hacia un rincón entre coches y aflojas las pasta que va directamente a su bolsillo. Y entonces, en un capítulo que sólo pasa en sitios así, se acerca al chico que vende café tuba, el café que beben por la calle, bastante rico por cierto, y me dice que coja un café. Yo le digo que ya no tengo dinero, que me ha dejado seco. Y el señor policía, con su uniforme, sus gafas de sol y su porte generosa, me dice que me lo paga él, para que vea que a pesar de pararme y multarme los policías de Dakar son buena gente e invitan a cafés. Y yo, que en ese momento habría debido escupirle y desearle una muerte cercana y dolorosa, pongo una sonrisa senegalesa y me bebo con gusto  el café, pensando que Alá  todo lo rige y si me han parado por algo será, y que quizás ese café, que de otra forma no habría tomado, me venga bien en las reuniones a las que me dirigía. Todo fluye.




martes, 27 de noviembre de 2012

Lompoul







 En Africa, en los 57 países que forman Africa, caben más de tres Estados Unidos y casi dos Rusias. De allí precisamente, de Rusia, partió Sergei hace 16 meses, desde Moscú en concreto, con una pequeña mochila y un estuche con un clarinete y algún rublo, supongo, encima. Y después nada, después el dinero que sacaba tocando su música, además de buscando aprovechar la hospitalidad de los pueblos que visitaba. Poca gente hay  que se atreva a esto. A muchos nos parecerá una vida emocionante y llena de aventuras, pero al primer dia sin techo, con frio y soledad nos empezaremos seguramente a arrepentir de ello. Hace falta mucho valor y poco apego por el bienestar de una cama caliente cuando cae la noche y nos hacemos de repente vulnerables.


Sergei llego así a Senegal, después de cruzar haciendo autostop toda Europa, Marruecos y Mauritania, y levantarse un día con el sol tropical encima de su sonrisa, a 9.000 km  de su madre. Estuvo viajando por el país, disfrutando de él y conociendo la hospitalidad africana mezclada con la musulmana, una combinación que te asegura poder sobrevivir hasta en un país pobre. En Dakar, el punto más occidental de toda Africa, conoció a Mbaye, un guitarrista aficionado que le ofreció su casa y un compañero para tocar música. Y dos semanas después los dos decidieron dirigirse al desierto de Lompoul, a unas tres horas al norte de Dakar, para ir al festival de Sahel, donde esperaban asistir al despliegue de sintonías saharauis, argelinas, senegalesas y en general ritmos africanos entre dunas, poder mostrar su música a la gente y entrar de gorra. Lo consiguieron casi todo.

Como ninguno había estado allí antes, al fin de este camino, el camino y sus colores eran nuevos para los dos. Al salir de Dakar vieron a dos camiones descargando miles y miles de  verdes sandías, y gente y más gente en los valles que éstas iban formando. Sandías, montañas de ellas, y negros. Sergei aún no se había acostumbrado a los colores de África, no tenía gafas de sol, y su retina intentaba amoldarse a la potencia tranquila pero salvaje que éstos desplegaban. Sergei trataba de explicarle a Mbaye que los colores, la luz que los forma, era distinta en este continente. Desde el destello diamantino de  la piel humana negra hasta el color marrón puro de los caminos, del polvo alrededor en las calles y en la gente. Esto es África. Aquí nacieron los colores que todos vemos y uno se siente un niño pequeño al descubrirlos otra vez y de forma verdadera. Mbaye sonreía a Sergei y miraba hacia el enorme baobab que desplegaba sus raíces cerca, pues él nunca había salido de Africa y no podía saber.

Cuando por fin llegaron a la pequeña carretera que lleva al poblado de Lompoul, cerca ya del desierto del mismo nombre, empezaron a andar un largo camino de unos 24 km. A la derecha e izquierda de si mismos un paisaje llano, plano, con palmeras y otros árboles de dos dimensiones que formaban parte del escenario de bienvenida a la arena y el polvo, que crecían rápido, y que en algunos casos, cuando eran baobabs milenarios, se resistían a morir. Poco llevaban andando cuando pasó una pick up con tres tubabs (blancos) a bordo: dos hombres y una mujer embarazada que se dirigían al mismo festival para conocer a otra gente, disfrutar de la finísima arena de las dunas, correr y caer en ellas y escuchar ya en la quietud de la noche a  Ismael Lo y a quien quisiese desde el escenario mostrar su amor por Africa y transformarlo en música. Lo consiguieron todo.

Nuestros dos viajeros se subieron con energía a la parte de atrás de la pick-up, junto a uno de los tubabs que llegaban también de Dakar para escuchar su historia y empezar a conocer un país.

lunes, 2 de abril de 2012

Dersim



Una vez leí un artículo en una revista semanal sobre el paso del tiempo. No lo recorté, pero me esforcé en quedarme con la idea y no olvidarla nunca. El mensaje  básico le daba el mundo a los vagabundos, a los nómadas: si no sabemos lo que va a pasar a lo largo del día cuando despertamos, nuestra vida tiende a llenarse de riqueza mediante nuevas experiencias, y el paso del tiempo se ralentiza por la cantidad de materia nueva que aglutina. El tiempo se expande y la rutina es la enemiga.

En el vuelo Beirut-Estambul no había nadie a mi lado, lo cual no es nunca una buena señal cuando estoy en una máquina de metal a 20.000 pies. En esas situaciones me vuelvo una persona extrañamente habladora. Pero era el primer día de vacaciones y no lo pasé demasiado mal.
Cuando llegué al aeropuerto empecé a comprobar de primera mano las historias de violencia que había escuchado de Turquía. Ante la cola de pasaportes pasó un grupo de policías cadetes, o aprendices de policías, churumbeles con un uniforme azul más claro que los demás policías. Pasaron las cabinas de registro de pasaporte y a los dos minutos unos de estos cadetes y un policía normal se estaban insultando y eran sujetados para no llegar a las manos. Dos policías peleándose en menos de media hora en el país. Si las cosas seguían así iba a poder presenciar a dos ministros tirándose de los pelos o al Presidente del Tribunal Supremo escupiéndole en la cara a un diputado y acordándose de sus muertos. Esa era mi esperanza, pero no llegó a tanto.

En las siguientes horas mis demás ideas preconcebidas sobre el pueblo turco siguieron representándose una tras otra. En el camino a casa de Claudia, mi compañera y becaria en la oficina de Estambul, comprobé que un trozo de papel con una dirección escrita no tiene por que ser suficiente para llegar a destino cuando estás en Turquía y no hablas turco. Además descubrí (era una noche de descubrimientos) que mi desgraciada y malnacida compañía telefónica libanesa no tenía acuerdos con compañías turcas, tal como sucedió también en Egipto y Kenia. Así que en mi viejo móvil sobresalía un perenne ‘Network searching’.

La famosa hospitalidad turca no estaba siendo suficiente por el momento, y tuve que recurrir a unos policías que se refugiaban del frío en un pequeño coche. En los próximos días iba a comprobar que el frío húmedo de Estambul no es un mito, y que Claudia tenía razón al asegurarme que nunca antes había tiritado como en esta ciudad. Pero esa noche en concreto la temperatura no era tan baja, y cuando metí la cabeza en el coche para recibir indicaciones me pareció que los pobres maderos habían decidido cocinarse a fuego lento en un horno de metal.
Istiqlal, séptima a la izquierda y segunda a la derecha. Hablaban inglés y tenían un callejero, perfecto.

De Estambul recuerdo las vistas de la ciudad, desde la torre Galata, desde el barco que cruza a Asia, desde todas las orillas que abren de par en par la ciudad, inmensa pero tan bien repartida. Sus mercados, mezcla de olores y de gritos, de hombres con un don especial para detectar presencia extranjera, de oro, arabescos y comidas imposibles, de falsificaciones muy bien hechas.

Luego está el estrecho del Bósforo y demás caudales de la ciudad, agua sucia pero tan bien situada, entre dos continentes, que su limpieza poco importa y sigue destellando con elegancia. Y las mezquitas, posiblemente las más bonitas que haya visto nunca, y de cómo entré en la espectacular Hagia Sofía y me sentí fuera de la enfermedad número uno del turismo mundial: hacer fotos de forma compulsiva o cómo perderse la experiencia a cambio de 17 fotos. Este museo, Patrimonio de la Humanidad y mezcla grandiosa del cristianismo y del Islam, es un puro espectáculo para la vista, pero cuando entré en él lo único que vi fue a gente haciendo fotos de forma enfermiza, buscando ángulos, colores, mirando encuadres. Una forma dudosa de aprovechar los propios ojos.

Todas las historias tienen su núcleo y también lo tienen las entradas de este blog, y en este caso es una historia política. No es realmente una historia, porque las historias tienen un principio y un final, y en ésta está por verse si los turcos son capaces de desprenderse del tufo nacionalista que sigue pretendiendo machacar a la otra etnia mayoritaria, los kurdos, aparte de a los armenios y demás minorías.

Además de la hospitalidad de Claudia, que tan bien me acogió en Estambul, tuve la suerte de contar con otra magnífica guía de la ciudad, Leyla, que hace poco acabó su erasmus en esta ciudad y ahora realiza unas prácticas. Leyla es alemana, pero su madre es kurda, y tanto ella como sus amigos, algunos también de origen kurdo, son activos políticamente en un país donde lo normal es no estarlo.
Así que acudí con ellos a una manifestación para recordar a Hrant Dink, un periodista armenio que fue asesinado hace cinco años. Hace poco el gobierno turco decidió, a través de la justicia, cerrar el caso sin averiguar quién ordenó realmente su muerte. Hay dos condenados, pero no se va a tirar más de los hilos para saber hasta dónde llegan, aunque medio país sabe que el gobierno turco está detrás.

  Poco a poco se están cargando el laicismo que convirtió a Turquía en el país de Oriente Medio más avanzado. Cuando Erdogan apuntaba hacia el poder su discurso era uno de solidaridad entre los pueblos que habitan el país y de respeto de los principios laicos  que apuntaló Ataturk, pero desde que gobierna ha ido poco a poco machacando a las minorías, atacando al pueblo kurdo, impidiéndoles incluso defenderse con la palabra, encerrando a periodistas como ningún otro país en el mundo. Leyla me contaba que ella no puede entrar a una mítica universidad de Estambul, porque le está prohibido hacerlo a jóvenes de otras universidades. Porque no quieren que se mezclen, no quieren que hablen, no quieren que se revuelvan. Es una dictadura encubierta.

Dersim (Tunceli en turco) en un pueblo del este de Turquía, bien conocido en la historia negra del país por ser el lugar de la masacre de 1938, cuando unos 50.000 soldados irrumpieron en la zona para convencer a los kurdos de que la homogeneización cultural es, siempre que la cultura sea la turca, buena, y que la rebelión no lo es. Etnicidio, o masacre, o genocidio, 10.000, 15.000, o 20.000 kurdos muertos, se puede catalogar como se quiera, el hecho es el mismo. Sobre estas bases se construye el estado turco. Y de Dersim son los orígenes de Bakis, una amiga de Leyla a la cual tuve el placer de conocer, y que es un vivo ejemplo de la emigración turca a Alemania. Sus padres, ambos kurdos, se conocieron allí, donde pasaron gran parte de su vida, y ahora  quieren volver a Turquía. Los conocí en Estambul, y me enteré de que el padre de Bakir es el principal dirigente del BDP (Freedom and Democracy party) en Dersim. El BDP es algo así como el partido kurdo legal que lucha por los derechos de las minorías en el país, y que tiene mayores o menores lazos con el PKK, el Partido kurdo de los trabajadores que mantiene una lucha armada intermitente con el ejército, y cada vez más, también con la policía turca. Y por ello su padre va a tener que hacer frente a la justicia turca, por sus discursos y por ser quién es. Así funciona este país, si apoyas a los kurdos, se te acusa de pertenencia a banda armada y se te enjaula.

Ayer Mónica, una española que vivió algunos años en Turquía, me contaba que la cultura turca es muy fuerte y ha ido absorviendo de alguna forma a las otras del país, habiendo kurdos de tercera generación que no hablan su lengua, aumentando el número de asimilados. Pero supongo que de alguna forma la prevalencia de la cultura turca será como en todos lados, fruto del poder para someter otros pueblos, de forma que las culturas, y las lenguas que funcionan como su principal imagen, necesitan de la fuerza para sobrevivir, y, desgraciadamente en muchas ocasiones, lo consiguen mermando a otras más débiles. No sé si se podría decir que la cultura francesa es más fuerte que la bretona, sin embargo si ésta última ha sido machacada por la primera ha sido por el poderío militar y la necesidad de aumentar las fronteras reales y su importancia en el mundo. Por algo será que el ejército turco es uno de los más potentes.

Según Mónica el verdadero problema de Turquía es la eterna tensión entre Europa y Asia. Ese constante deseo de modernizarse, de acudir a los mismos órdenes de (dudoso) progreso de Europa, contra la llamada ancestral del Islam y su posición maternal en Oriente medio. El ver telenovelas admirando el modo de vida occidental, donde los chicos se enamoran y se desenamoran en un abrir y cerrar de ojos, donde la ropa puede escasear, contra la realidad del triste papel de la mujer y una continuación fiel de los valores islámicos, apoyada de soslayo por el gobierno.

En la manifestación, con unas 2.000 personas, que surgió como respuesta a otra de fascistas una semana antes,  y que discurría por la mítica calle de Istiqlal, la gente llevaba en su mayoría carteles, con mensajes como éstos: 
‘Kurdistán se convertirá en la tumba del fascismo’,
‘El Estado asesino tiene que pagar’, ‘Viva la fraternidad de los pueblos’
‘El odio es vuestro, la justicia es nuestra’, ‘Somos todos Hrant, somos todos armenios’

Turquía es posiblemente el país del mundo con más banderas por metro cuadrado. El nacionalismo turco se palpa en el ambiente, y hace pensar en los motivos de ese puño cerrado, de esa tensión. Una mano cerrada pintada de rojo y de blanco, que sella sus ojos con fuerza para no abrir su puño, porque si lo hace dejaría entrever el presente kurdo, y en menor medida el color armenio; y todos ellos con la memoria de la sangre derramada de estos dos pueblos. El 20% de la población del país es kurda. Son ellos otros olvidados del aparato hipócrita de Occidente, de Europa. Un pueblo con una historia milenaria, castigado e incapaz de crear su propio estado, un Kurdistán que se situaría en zonas de Siria, Iraq, Irán y Turquía. Y mientras tanto, un país con diferentes etnias, multicultural, se empeña en hacerse más pequeño.

Cada uno tiene su propio reloj personal, y si no lo tiene debería de crearse uno. En mi caso es mi hermano pequeño, Brais, que me permite ver como crece el mundo a través de su persona. Tenía 9 años cuando él nació, y desde entonces cada vez que lo veo después de un cierto periodo de tiempo me asombra ver sus cambios, y no hay a otra persona en la cual compruebe la evolución como en ella. Quizás hace falta ver nacer algo o alguien para percibir sus cambios plenamente, y gracias a ello saber donde está uno, ayudándose en el otro como referencia.

''Glissez, mortels, n'appuyez pas''



miércoles, 22 de febrero de 2012

Siyam





                                                The ancient of the days, William Blake
                                            




'El concepto de "Dios" fue inventado como antítesis de la vida: concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador, todo el odio contra la vida. El concepto de "más allá", de "mundo verdadero", fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón'        
                                                                                                   Nietzsche, Ecce homo



Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe —se exceptúa quien fue forzado, pero cuyo corazón está firme en la fe— y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre esos caerá el enojo de Dios y tendrán un terrible tormento.
                                
                                                                                     Corán, Sura de las abejas, (16) 106






Cuando ayer salí con Karim, bajo un frío de cuidado, de una casa que llevaba todo el fin de semana sin electricidad, y después de esperar a que se hiciesen en el horno de piedra de una tienda cercana nuestros respectivos manouches, retrocedí años y más años en el tiempo. Por suerte mi compañero de piso tuvo a bien advertirme sobre lo que iba a ver. Cuando Cristo se fue al desierto a ayunar 40 días quizás no sabía que lo iban a imitar, pero el caso es que fue una costumbre de la comunidad cristiana durante bastante tiempo, aunque en Europa se  relajó mucho y no sé si a día de hoy aún hay alguna gente que la practica. Supongo que sí, pero no sabía que hay sitios donde los cristianos, aquí en concreto los maronitas, lo tienen por regla general en estos 40 días antes de la semana santa. En teoría no pueden tomar ni carne ni productos de origen animal, aunque la mayoría sólo cumple la base, que es ayunar desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodía. Una broma comparado con el ayuno del Ramadán.
Mucha gente en mi barrio, para mostrar que van a hacer el ayuno (siyam), se dibujan, en el primero de los 40 días,  una cruz negra con ceniza en la frente, y es a ellos a los que veía ayer por la mañana después de salir de casa. Y después me acordaba de Obélix, y de cómo éste resumía los encuentros con sus más acérrimos enemigos: ‘Están locos estos romanos’

En realidad el ayuno es una práctica saludable, ayer lo hablaba con Paul, un compañero de trabajo maronita que también tenía la cruz negra en la frente. Ayuda a limpiar al organismo de todas las toxinas de la carne, aunque no sé si ir hasta los cuarenta días sería necesario. Y Paul me decía que estaba contento, porque además de limpiar su cuerpo iba a contentar a Dios, así que mataba dos pájaros de un tiro.


Mi aversión por la religión es en realidad un trauma infantil renovado y en los últimos tiempos, viviendo en un país árabe, no es que se haya redoblado, es que este desprecio se ha hecho más seguro de sí mismo.

De pequeño tuve fuertes otitis en los oídos, debido a las cuales tenía que pincharme una vez a la semana durante bastante tiempo, de ahí mi miedo a las jeringuillas. Luego, algo pasó con la nata de la leche, no sé bien, pero hoy en día sigue provocándome arcadas. En el mismo orden de cosas, y como supongo que para mucha gente, la religión cristiana fue protagonista de algunos malos momentos en mi infancia.

En mi colegio, público, mi hermano mayor y yo éramos los únicos que no asistíamos a clase de religión y todo porque mis padres se empeñaron, con toda la razón, en que sus hijos tuviesen esa otra opción llamada antes Ética, que la directora había soterrado al olvido por sus intolerantes convicciones religiosas. Así que cuando tocaba clase con el cura de turno, la jefa de estudios me venía a recoger a clase y me llevaba a otra donde ella impartía Naturaleza a alumnos que me sacaban un año. Me sentaba en un rincón de la clase, donde no molestaba, y leía por ejemplo, Ética para Amador, un excelente libro de Fernando Savater. A mi lado se hablaba de animales, faunas y ecosistemas, y un poco más lejos, más allá de mis oídos, historias de un libro sagrado. En el medio de todo yo escuchaba a Savater intentando guiarme un poco en el caos en el que llevaba poco tiempo instalado.

Más o menos durante esos años, o quizás algo antes, las historias del cielo y del infierno me atemorizaban hasta el infinito. Además, yo me veía como descarriado, no era cristiano como todos, mis padres no querían que lo fuese, y por lo tanto iba de cabeza al averno según lo que por ahí escuchaba. De noche, después de que mi madre me arropara, no podía evitar pensar en una eternidad llena de jeringuillas, de dolores, de nata, de diablos excepcionalmente dibujados, de un calor insoportable, de todo lo malo posible. Incluso hubo una temporada en que utilizaba una virgen que se iluminaba en la oscuridad (no era un milagro, era fosforecente), para rezar antes de dormir. Era todo un ritual que hacía desde la cama, y donde el repertorio verbal era una serie de padrenuestros y avemarías. Así intentaba expiar los pecados de una vida al margen de Dios, y por lo menos salvarme de las llamas. Ese era el plan. Luego crecí, y no tardé en darme en cuenta de que el que se había inventado el infierno era un hijo de puta.


De las triquiñuelas de la religión y la impunidad con la que ésta actúa protegiéndose en la fe, quería hablar.
Un ejemplo estupendo son los matrimonios de placer que se llevan en el mundo árabe, más por chiítas que por sunitas, aunque estos últimos también lo utilizan en países como Arabia Saudí -país como siempre a la vanguardia de los derechos de la mujer-.  Pongamos que un chaval, está estudiando una carrera, y hasta que la acabe no se va a casar con su prima, o con quien sea. Qué va a hacer durante esos años, masturbarse? No! Pero, el sexo fuera del matrimonio no está permitido, qué inventamos, qué hacemos? Un matrimonio temporal en el que la mujer no tiene los derechos normales de cualquier matrimonio islámico de techo y sustento. Un matrimonio donde la reproducción no es el objetivo, donde fornicar lo es, pero que se tapa con el velo de la religión. Huele igual de mal, es como si la hipocresía tomara forma humana, pero, lo ves? No lo ves, porque es materia de fe, no es cuestión de inteligencia, no hay que entenderlo. Si este versículo dice A y yo digo que dice B,  yo lo interpreto porque tengo conexión con el Todopoderoso. Punto.

  Si eres musulmán y quieres irte de putas, pero quedar bien con tu dios, rellenas un sencillo contrato, le pagas a la mujer, te casas con ella –pudiendo estar casado con otra- y ya te está permitido pasar un buen rato. Luego, el matrimonio se agota y te vuelves a casa con tu mujer, que no ha tenido que enterarse de nada. Es una pirueta jurídica, y religiosa, tan lamentable, que me imagino a los  imanes descojonándose en la mezquita y preguntando a los que entran si la gente se lo ha creído. ‘Claro- dice el visitante, les decís que no piensen, como no van a creérselo’. Ahí es cuando se ven más fuertes y aparecen las tropelías, cuando ya les da igual todo y descoyuntan al sentido común. En Egipto, el país árabe más poblado (80 millones) desde hace años hay falta de trabajo y muchos hombres deciden emigrar. Como dejaban a sus mujeres en casa durante largas temporadas, algunos se las encontraban embarazadas, y claro, se armaba un cristo de aúpa. Total, los grandiosos servicios jurídicos religiosos crearon la verdad que todo explicaba, y arreglaba: el feto dormido. Tras el coito, el feto puede estar unos meses en espera hasta empezar a desarrollarse, por lo tanto la mujer no ha sido infiel, el feto es del marido, solo que, a veces, éste tiene que reposar antes de empezar a crecer, no es automático.

Puede que la religión islámica viva en general un poco en la Edad media, pero hay cosas en las que están más avanzados que nosotros. Por ejemplo, ellos no sufren esa aversión hacia el cuerpo y el placer que el cristianismo siempre ha intentado desarrollar. Aquí no hay historias de pijamas con un agujero a la altura de las partes nobles, meter, echar y sacar, un hijo más.

Imaginaos a una mujer entrando en una iglesia. Se dirige al confesionario, donde el cura ha de escuchar sus pecados y hablarle de cómo debe expiarlos. Pero la mujer intercepta los pasos del cura, le hace dar la vuelta y le impide entrar en la caja de madera.
 Padre -le dice- hoy no tengo nada de que confesarme. Pero tengo algo que contarle, sino le importa escucharme un momento.
Verá -comienza- se que le había dicho que mi matrimonio iba bien, pero hay algo que falla, algo muy importante que puede arruinarlo todo.
No –sonríe- no se trata de tener niños, vamos a darnos un tiempo antes de ser padres…
Pues, verá, mi marido no se porta bien en la cama, no es buen amante. Sólo piensa en su placer, de llegar a su orgasmo y punto. Jadea como un cerdo sin aire, se da la vuelta y yo me quedo siempre a medias.
Se lo agradezco padre, no esperaba menos de usted. Espero que cuando hable con él las cosas cambien.

Esta conversación es obviamente ficticia, porque es una iglesia, es una cura y es un matrimonio cristiano. Pero no lo es en muchos matrimonios islámicos, donde la mujer puede quejarse a su líder religioso de las carencias sexuales de su cónyuge, y aquél puede hablar con éste y tirarle de las orejas por no follar bien a su mujer. Y para los que piensen que este tipo de asuntos deben quedar en la intimidad, ok, quizás sea cierto, pero creo que esta historia da la medida de la mayor naturalidad en relación con el sexo que tiene la religión islámica.


Aquí la contaminación religiosa es polución en toda regla, nada se salva. Cuando uno dice que es ateo algunos lo miran de forma rara, como si fuese una categoría fuera de la rectitud debida. Porque aquí la religión se mueve en el terreno de la historia, y en ese terreno los ateos siempre han sido los apestados, los infieles, los locos, los irrespetuosos. Por no tener, no se les ha permitido ni siquiera tener un nombre. Hasta el más piojoso de los hombres, el más pobre, tiene uno, pero los ateos deben definirse en negativo, como lo que no son, los no-dios, cuando quizás son los que creen más que nadie en las bondades irrepetibles de esta vida, única y no antesala de nada. Alguien dijo una vez que sólo deberíamos creer en nosotros mismos y en los seis primeros discos de Black Sabbath.  Si aún así me veo algo escaso de fe, añado a Neil Young y alguno más. Últimamente estoy creyendo mucho en Phil Lynott.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mara





Aquí se escuchan historias muy raras para los oídos occidentales, historias que se vuelven aún más raras cuando hay mujeres de por medio. Porque cualquier europeo ha escuchado hablar del machismo en las sociedades árabes, pero hasta que uno está aquí y lo comprueba de primera mano no se da cuenta de hasta que punto puede llegar la vejez y el óxido que desprenden sociedades controladas por hombres, viejos de pensamiento, que no pertenecen a la época donde deberíamos vivir. Es difícil ser mujer en Oriente medio, y es difícil sobreponerse a los hombres que insisten en usar el Corán como subterfugio para poder emplear sus más bajos instintos.

Ayer me hablaban de fatwas ridículos, de los cuales los más insólitos eran los referidos a mujeres. Los fatwas son pronunciamientos legales emitidos por especialistas en ley religiosa islámica. Quizás el fatwa más famoso fue el pronunciado por el ayatolá Jomeiní a finales de los 80 contra Salman Rushdie, donde lo acusaba de blasfemo contra el Islam por su libro ‘Los versos satánicos’, e instaba a cualquier buen fiel a ejecutarlo, incluso ofreciendo una recompensa de tres millones de dólares, como si viviesemos en el viejo oeste. Rushdie sigue vivo, pero seguro que no se le ocurre poner los pies en Irán.

Uno de estos fatwas actuales, pronunciado por los salafistas en Egipto, y que se ha hecho bastante famoso últimamente, advierte a la mujer de que debe mantenerse alejada de zanahorias y pepinos. Sí. Ella y un lado y los pepinos en otro.Sé lo que estáis pensando, ¿por qué discriminan a los plátanos, acaso no tienen ellos forma fálica, y están en cualquier buena fantasía? Bien, o son parte importante de la gastronomía egipcia (y con eso no se juega) o al tipo se le olvidó y le daba vergüenza sacar un fatwa sólo para el plátano. Otro de estos fatwas es aquel que prohíbe a la mujer usar emoticonos en chats, porque dice que muestran emociones y eso no es adecuado.

Esto hace gracia, aunque es bastante triste y remite a una discriminación de la mujer para la cual tengo tanto ejemplos que no sé ni por dónde empezar. Asistí hace unas semanas a una charla sobre el maltrato y violación a la mujer en el matrimonio islámico, aquí en el Líbano, donde al final cuatro de ellas contaban su traumática experiencia, y uno no podía más que sentirse transportado al principio de los tiempos, cuando el pensamiento era poco y la fuerza  era mucha, y los hombres por tanto eran los amos de ese pensamiento. Una explicación un poco simplona, pero clara. Hoy en día uno debe sentirse, creo yo, primero apenado, pero luego también avergonzado por comportamientos de este tipo si tiene algún apego a la especie humana y se siente responsable de alguna forma, lo cual es imprescindible para intentar cambiar algo. Creerse un individuo independiente de los demás, aislado, sólo lleva a separarse de ideas burdas y pegajosas, y las justifica. Si ese tipo pega a su mujer, yo de alguna forma tengo que ver algo con ello, aunque vivamos en sociedades y culturas distintas, y es por eso que debe surgir la indignación, porque ese cerdo y yo somos, en esencia, lo mismo.

Una de ellas contaba que su marido llegaba a casa por la noche y se metía en su cama. Ella le explicaba que llevaba todo el día trabajando, cocinando, cuidando de los niños, y que no tenía el cuerpo para juegos. Y él la violaba, la violaba y la pegaba, una y otra vez. Y las otras tenían historias parecidas, donde la violencia y el abuso formaban parte de sus vidas. Estas mujeres iban a la policía, y la respuesta era invariable: no podemos hacer nada. No pueden hacer nada porque el matrimonio islámico permite que el hombre utilice a la mujer como un instrumento, y tiene derecho a maltratarla, siempre que no se le vaya de las manos. Para que nos entendamos, y como bien decía uno de los invitados a la charla que predecía a las confesiones, lo que debería hacer el gobierno en aras de la coherencia, sería, o bien abolir estos derechos del hombre en el matrimonio, o bien reconocer la esclavitud en el Líbano. Porque si tu cuerpo me pertenece tú eres mi esclava. La frase ‘ninguna mujer tiene dueño’ chirría para estos violadores con fuerza de ley.

Mi madre, que es muy feminista, y de la cual puedo decir con orgullo que me ha educado en ese sentido, estuvo hace poco aquí y tuvo algunos percances. El día que llegó con mis hermanos, por ejemplo, los fui a recoger al aeropuerto con Alí, un amigo policía que trabaja también en la embajada, y a éste se le ocurrió decir a la ligera, cuando nos llevaba a casa, que tenía dos mujeres. Yo estaba delante con Alí y sentí un silencio espeso en la parte de atrás, como si mi madre estuviese pensando en no decir nada al respecto, preguntarle si le parecía bien, decirle que le parecía mal, insultarlo o directamente degollarlo, para lo cual su posición era perfecta. Por supuesto mi madre, que es muy educada, no dijo ni mu. No habría hecho falta, porque en realidad Alí no tiene dos mujeres, aunque por alguna razón siempre lo expresa de esta manera. Estuvo casado con una, tuvo una hija, se divorció, y ahora tiene otra, que por cierto está embarazada e hizo buenas migas con mi madre, aunque puede que Alí haya tenido que fregar los platos más a menudo en su casa.

No hablaré más de las historias de mi madre en el Líbano porque ella me ha sugerido no aparecer en este blog. Olvidaros también del último párrafo, mi madre es una santa y punto.

El gobierno libanés no aprobará probablemente el proyecto que se le ha presentado para que la ley no permita la violencia en el matrimonio en este país, reduciendo los derechos casi ilimitados de los hombres. Y no lo hará, a pesar de las manifestaciones, a pesar del sentido común, a pesar de la decencia, porque según ellos desestabilizaría la estructura familiar libanesa. La verdad de todo esto es que los tribunales islámicos y su jurisprudencia tienen mucho poder, y no permitirían que algo así sucediese y se derrumbase su interpretación ventajista del Corán.

Luego todo esto se traspasa a la vida diaria, en asuntos más leves. El otro día le pregunté a la señora de mi trabajo si podría venir a limpiar a mi casa, y me dijo que al día siguiente podría venir por la tarde. Pero resulta que, después de hablar con su marido, éste decidió que eso no iba a pasar, no iba a dejar sola a su mujer con un desconocido. El dinero les venía de perlas, estoy seguro, ¿pero su mujer a solas con un europeo libertino? Jamás. Porque algunos árabes, pocos, quizás éste, básicamente los que no han salido de su país, se creen que en Europa no paramos de follar. Sin ton ni son, con ésta con la otra y con la de más allá. Fiesta y a follar, se creen que esa es nuestra vida. Y claro, piensan que con sus mujeres no podemos tener la picha quieta.

Intenté arreglarlo, le conté a la pobre señora, que seguramente pensará que su marido es un poco gilipollas, que mi compañero de piso (¡además libanés, señora!) estaría también en el piso. La señora llamó a su marido, y resulta que al final lo estropeé más. La mente sucia del marido nos vería a los tres fornicando como cerdos, su mujer en el medio mientras limpiaba con la mopa los muebles, dándonos azotes con la escoba. Yo me quedé sin limpieza, pero lo de ella era peor.


Sin embargo, también tiene su parte de razón el marido celoso, pues ayer mismo  escuché una historia truculenta, y que no es aislada, sobre un par de hermanas, que siempre limpiaban en pisos cercanos, pero cada una en uno. Una de ellas, muda por cierto, está ahora embarazada, y la policía está intentando averiguar, con la ayuda de la otra hermana, quién pudo el ser el despojo que abusó de una mujer muda. Ésta, no sé si por el trauma del momento, y además sin saber escribir, no consigue acordarse, o quizás quiere intentar borrarlo de su mente. Así que aquí las mujeres que van a limpiar solas, saben que a veces pasa, a veces corren el riesgo de ser violadas.

También hay historias, como no, sobre la alienación sexual de la mujer, como las de algunas que llegan al matrimonio con el miedo en el cuerpo, que salen aterradas ante la visión del cuerpo desnudo de su marido en la noche de bodas, y que en algunos casos acaban por odiar su cuerpo. Y todo por una total falta de educación sexual, además de represión. Sucede, aunque más en países aún anclados en la edad media como Arabia Saudí.


En mi piso, que ha ascendido a los altares de la limpieza y la organización tras la visita de mi madre (gracias mamá), hay dos habitaciones, una para Karim, mi estupendo compañero de piso, y otra para mí. Después, la cocina, un baño, y un enorme salón con dos piezas: el comedor y la sala de estar, donde hay unos sillones venidos de los confines del siglo pasado (en mi casa se podría hacer el Cuéntame libanés), presididos por un cuadro de Napoleón montando un caballo sobre dos patas con cara de éxtasis, con unas pupilas del mismo tamaño del ojo. El general francés, en cambio, está sobre un caballo encabritado pero tiene cara de aburrido, de dejar la emoción para sucesos más dignos de ser contados. Levanta el brazo pero parece que está posando, el falso.
 Qué queréis, estoy en zona de influencia francesa, barrio cristiano y tal. Todo ello normal para un ojo normal, dentro de los parámetros de ‘este piso es normal’. Normal, vamos. Pero, cuando uno sale de la cocina, se adentra en el pasillo, y recorre la mitad de la distancia entre la cocina y mi habitación, un par de metros, se encuentra a la derecha con una mampara de madera, que hace las veces de puerta.
Lo que ve ahora cuando la abre es un vestidor (otra idea genial de mi omnipresente madre), pero hace unos años, este cuartucho, este zulo de más o menos, 2’20 de largo por 1 metro de ancho, con una pequeña ventana que comunica con la cocina, era la habitación de la señora de la limpieza. Ésta es otra de la interminable lucha de las organizaciones feministas en el Líbano, ayudar a los cientos de mujeres mozambiqueñas, etíopes, srilankesas, etc, que trabajan en algunas casas como esclavas, como una propiedad más de sus dueños, sin derechos laborales en absoluto y sin esperanza. 

Poneos ahora en la piel de un libanés o libanesa. Eres, por ejemplo, un empresario con la vida resuelta, o una señora a la cual le encanta la vida social, además de seguir las últimas tendencias. No tienes muchísimo dinero, no hace falta para tener a una extranjera en casa, pero vives bien, un buen coche y sus etcéteras. Tienes a tu disposición a una sirvienta, a la cual no tienes ni que tratar como una persona. De hecho no es una persona, es un accesorio hecho para servirte, a ti y a tu perro, al que sacará a pasear. Tendrá su espacio en la cocina, donde al lado estará su minihabitación. En esto han mejorado, años atrás algunas dormían en el altillo de un armario empotrado, cerca de su territorio de platos y fregaderos.
Cuando te vayas el finde de casa, cierra con llave, no vaya a ser que la muchacha quiera salir a divertirse o traiga un hombre a casa. No podrás impedir que salga al balcón y charle con alguna compatriota, pero éste es un mal menor. Sin embargo puede que un día llegues y descubras que debes buscar otro accesorio, porque éste se ha tirado desde la terraza, buscando sin duda una vida mejor, que probablemente habrá obtenido. No es algo que te pille por sorpresa, sabías que cada cierto tiempo una srilankesa o filipina se entrega a la gravedad. Pero jamás pensaste que tu etíope llegaría a tal punto. No es culpa tuya, es simplemente una cultura diferente, un amor incomprensible por la libertad. Dios la acoja en su seno.
True story.








jueves, 22 de diciembre de 2011

Ereván



                                                    Foto: Xabier Arregui



El otro día me puse a buscar en Internet vuelos para Erevan, la capital de Armenia. Creí que podría encontrarlos por un precio razonable, ya que en el Líbano hay una comunidad armenia muy numerosa,  que sobre todo comenzó a llegar durante  la I GM, a consecuencia del genocidio sufrido por parte de las tropas turcas. En Beirut hay muchas zonas, e incluso un barrio entero, Bourj-Hammoud, con población armenia. Así que no es raro ir por la calle y toparse con unas extrañas letras, tales como  խ  ճ  ֆ  , y multitud de iglesias, siendo por cierto Armenia el primer país del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial.

Siempre me ha llamado visitar Armenia, desde que empecé a escuchar historias de un pueblo maltratado pero vitalista, enclavado en el medio de Europa y Asia y entre dos mares, el Negro y el Caspio, y desde que ví como Lucio Cornelio Sila viajó hasta allí con sus tropas romanas a poner orden. Luego también sobre la armonía y gran adaptación que muestran en los países a los que emigran. Hace unos días alguien me lo ponía como buen ejemplo de inmigrantes en el Líbano, dando sin embargo a los palestinos como ejemplo negativo. Me contaba que no entendía como los palestinos habían tenido que armarse y luchar contra los judíos en todos los países adyacentes a su patria ocupada, además de no preocuparse por la integración. La situación sin embargo no es la misma, porque probablemente ningún caso es comparable a la ocupación ilegal de Palestina.

 El caso es que esperaba ver algún vuelo directo Beirut- Ereván,  y cual fue mi sorpresa cuando ví que no sólo no podría ir directamente desde mi ciudad, sino que iba a tener que hacer un viaje por el desierto por culpa de los conflictos que asolan esta tierra. Lo del viaje por el desierto no es literal pero casi, y esto básicamente es un Pepe no se habla con Manuel, así que no puedes ser amigo de los dos, y olvídate de coger un avión que vaya de Pepe a Manuel ni hoy, ni mañana ni probablemente nunca. Antes tendrás que aterrizar en, digamos, Jesús, que por ahora se entiende con los dos. Sólo que en vez de caer mal estamos hablando de muerte, exilio y destrucción.

No hay vuelo directo, bien. El único vuelo directo en la zona lo tiene Tel Aviv, en Israel y que está a tan sólo 215 km de Beirut. Sin embargo el buscador de vuelos me ofrece dos opciones: puedo ir a Tel Aviv desde Estambul, a unos 1000 km, o desde Amman, bastante más cerca. No hay vuelos desde el Líbano a Israel porque técnicamente los dos países aún están en guerra, y la frontera está cerrada.
 Podría quizás ir a Estambul, y en vez de volver estúpidamente hacia Tel Aviv, ir a Ereván desde allí. Pero tampoco puedo porque las relaciones turco-armenias, aunque tienen visos de mejorar, son bastante frías a causa de problemas con Azerbayán, y también por el no reconocimiento del genocidio que el gobierno turco se resiste a aceptar, con la excusa de que estas matanzas sucedieron en el contexto de la I Guerra Mundial, y el objetivo nunca fue el exterminio sistemático del pueblo armenio. Fuese o no el objetivo, el caso es que se calcula que mataron a entre un millón y medio y dos millones de personas, lo cual no suena muy improvisado.

Me han contado de los turcos que son un pueblo tremendamente hospitalario. Héctor, que en nada dejará de ser becario de la oficina de Ankara, tenía un historia que lo muestra. Cogió un bus en esta ciudad, pero se confundió y acabó en un barrio totalmente desconocido. Tras comunicárselo al chófer, éste hizo algo impensable en ciudades europeas. ¿Os imagináis a un chofer alemán cambiando la ruta para ayudar a un extranjero? Pues esto es lo que hizo el turco, se desvió de su  trayectoria normal para llevar a Héctor a una parada de taxis.
Conste que esto lo cuento para poder criticar después a los turcos, una de cal y otra de arena. Porque los turcos son muy patrióticos, demasiado diría yo. No les gusta que hables mal de su país, y esto resulta difícil de entender para, por ejemplo, los españoles, que ya hablan mal ellos directamente de su país, no hay ni que esperar a que lo haga un extranjero. Xabi, actual becario de la oficina de Ankara, me contó que cuando iban andando a la oficina uno de los primeros días, de repente las campanas empezaron a repicar, la gente por la calle se paraba en seco y se mantenía inmóvil, los coches en la carretera detenían su marcha, la gente bajaba de éstos y esperaba, con estampa triste, un ambiente de luto. Todo ello materia de película, todo incomprendido normalmente por parte de un no turco.
Pues bien, lo que sucedía era que Ataturk, el padre de los turcos, el fundador de la república turca, había muerto a esa hora exacta (las 8:55 creo que era), ese mismo día hace 73 años. Y cada año, a esa misma hora ese mismo día, el país se paraliza y por unos minutos se hace el silencio. Da un poco de miedo, como si endiosaran al pobre hombre. Quien sabe, igual cuando murió Ataturk hubo también imágenes surrealistas como las que vimos el otro día por la muerte del dictador norcoreano, con gente destrozada por el dolor con un cerebro de serie.

En realidad yo quería hablar del Líbano y de cómo cada religión intenta mostrarse con ferocidad e intensidad, como un perro meando alrededor de su territorio, para avisar a las otras de que está aún aquí y no piensa irse, aunque en el país de al lado haya muchos más de su religión o algunos de su camada se marchen al exilio. Esto lo que hace es dar una riqueza palpable al país, mezcla de culturas, artes y formas de ver o creer la historia,  leyendas, símbolos, ideas. Prohibiciones, aunque no estoy seguro de que éstas sean riqueza, sobre todo cuando se pretenden imponer los dictados de un libro sagrado, como si un ente etéreo, y además por lo visto tremendamente machista, pudiera decidir cuales son nuestros valores y derechos, los de los hombres. Digo yo que nadie mejor que nosotros para saberlos, y para aceptar como sentido común que, por ejemplo, una mujer no pueda ser violada y golpeada como parte de sus deberes maritales.

Pero esta mezcla de creencias, cuando uno no es tan civilizado como los suizos, y no nos engañemos, nadie es tan civilizado como los suizos (de hecho lo son tanto que da grima), suele traer problemas. Comparo con los suizos porque en realidad no hay tanta diferencia con el Líbano, también éstos tenían una sociedad con varias comunidades religiosas, varios idiomas incluso, y consiguieron construir las bases para vivir en armonía.

Si Ataturk estuviese hoy en Líbano no duraría ni dos minutos. Si seguro que para el fue complicado convencer a los turcos de que el país debía ser laico y no de confesión musulmana, en un país que tiene una gran mayoría de sunitas, imaginaos aquí, que hay 18 confesiones religiosas, y tres de ellas con representación numerosa. Seguro que si fuese libanés se daría pronto por vencido y lucharía por tener agua y electricidad con regularidad en su casa, que ya es bastante tal como están las cosas.
 .
El Ararat es el símbolo nacional armenio, una montaña majestuosa que se dibuja sobre el cielo de Ereván y de casi toda Armenia, desde donde es visible. Y he aquí que el símbolo de un país, el protagonista de historias míticas, el lugar a donde fue a parar el arca de Noé después del diluvio universal, es territorio turco desde 1923. Eso debe de doler a los armenios. Tener la montaña ahí, visible desde todo el país, quererla (lo mucho que se pueda querer una montaña), y que pertenezca al mismo Estado que no hace tanto les hizo pasar el peor capítulo de su historia.
  No muy lejos, en el Líbano, el Bosque de los Cedros es el símbolo del país, apareciendo este árbol en la bandera nacional. Se encuentra en zona cristiana maronita, en el norte del Líbano,  en unas preciosas y escarpadas montañas a tiro de piedra del mar, y no cuenta con más de 50 árboles. Por toda esta zona la forma de mear alrededor es poner capillas, crucifijos e iglesias por todos los sitios, para dejar claro que esta es zona cristiana. En el pueblo de Bcharri, donde dormimos no hace mucho Héctor, Xabi, Jaime y yo, la iglesia es casi más grande que el pueblo. Y en el Bosque de los Cedros, al lado, hay dos árboles esculpidos con figuras de Jesús en la cruz. El pobre hombre encaramado en lo alto de un árbol seco, para vanagloria de los orgullosos habitantes.

Hace poco una amiga libanesa, Ghinwa, me contaba que ella trabajó durante un tiempo con cristianos de Bsharri. Bien, resulta que algunos de ellos creen que sólo ellos, los cristianos de Bsharri, irán al cielo, si cumplen los sacramentos y se portan como buenos cristianos. No es broma. Creen en un cielo bsharriense, si queréis. De forma que cuando muera, si llego al cielo y un San Pedro árabe me pregunta de dónde soy y que fe profeso, puede que me salve si le digo que soy maronita y le cuento que conozco alguna cosilla del pueblo, que la farmacéutica es mi prima o algo así. Vosotros, la mayoría que leéis esto, lo tenéis más jodido. Con ánimo altruista os diré que está al lado del valle de Kadisha y que está a 1450 metros de altura, por si os preguntan.

En otros sitios se bañan en sangre y gritan, como ya habréis visto que pasa en el Ashura. Sin embargo no debéis llevaros por una impresión errónea: es un acto aislado y la mayoría de chiítas critican esta práctica y la consideran incluso herejía, aunque hay que reconocer que como reclamo publicitario es inmejorable. Pero da mala imagen. Me doy cuenta de que muchos tendrán recuerdos de gente ensangrentada cuando piensen en el Líbano, y es algo que me gustaría evitar en lo posible. Intentad pensar en guapas libanesas los que hayáis visto algunas, o en vistas al mar desde montañas nevadas. Si os decantáis por pensamientos de guerra y violencia, recordad que esto es la cuna de los fenicios, precursores del alfabeto latino y los mejores comerciantes, y que aquí a día de hoy conviven varias comunidades religiosas en paz, lo cual, salvo en Suiza, es muy difícil.

Por cierto, el billete de avión Beirut-Estambul-Ereván cuesta 2.500 dólares. Sintiéndolo mucho, es una viaje que va a tener que esperar, salvo que decida ir como Sila en caballo, aunque esta vez sin tropas romanas para ayudarme. E’ un mondo difficile.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ashura



‘Una sola lágrima llorada por Hussein limpia cien pecados’ Dicho chií





                                        

                                     Foto: Natalia Sancha

 


 

  Cuando salí del recinto donde está la mezquita, junto a Jaime para buscar agua, no escuchaba bien lo que éste me decía y veía algo borroso. Salimos de allí, rodeamos el campo de fútbol donde un par de horas después se representaría la muerte de Hussein, y tomamos una calle donde el sol venía de frente, y donde nunca olvidaré la sensación de estar flotando entre la luz cegadora, con las piernas temblándome y a punto de desmayarme. Había sido demasiado para mí ver a esa hora de la mañana a niños ensangrentados, con cortes en la cabeza, y golpeándose en ella alentados por sus padres. Aquí el que escribe es bastante sensible a estas cosas.
  Después de sentarme y beber agua ya empecé a sentirme mejor y se fue la sensación de mareo. Un rato después  Jaime, Xabier, Héctor y yo, todos becarios de oficina comercial (ellos en Ankara y Bombai), buscamos sitio en las gradas del campo de fútbol, que empezaban a llenarse de chiítas, la mayoría vestidos de negro. En la megafonía se escuchaba desde primera hora de la mañana a un hombre contando la historia de Hussein, lamentándose por no haber podido salvarlo. De vez en cuando se le escuchaba llorar, y en esos momentos uno no podía evitar empaparse de la tristeza que flotaba en el ambiente, aunque no entendiese nada de lo que decía. Muchos de los que estaban en las gradas rezaban y parecían realmente compungidos, algunos incluso lloraban. Yo me sentía en el centro de algo a lo cual no pertenecía, un extranjero perfecto, que es lo que siempre he buscado.


  En el día de la Ashura, los chiítas conmemoran el décimo día de la batalla de Karbala, cuando Hussein, el nieto del profeta, se convirtió en un mártir (680 DC). Es un día de duelo y dolor, en el que los chiítas de todo el mundo lamentan no haber podido salvar a Hussein. Algunos, los más radicales, se autolesionan. En algunos países, como el Líbano e Irán, la autoflagelación está prohibida desde hace poco, porque probablemente da una imagen bárbara y primitiva del Islam, además de algunas pérdidas humanas.

  Puede que esta prohibición esté vigente en Beirut, pero no desde luego en Nabatyeh, donde tuve la oportunidad de estar ayer en el día de la Ashura, y ver cosas que nunca antes había visto.
 Cuando estábamos en las gradas los autóctonos nos preguntaron que hacíamos allí, si éramos periodistas, por qué habíamos venido, todo con mucha amabilidad. Un niño que estaba justo delante no paraba de mirarme, como si fuese un especimen nuevo para él. Poco después sacó un par de caramelos de menta, los dos únicos que le quedaban, y nos los ofreció a mí y a Héctor. Esa es la hospitalidad árabe que ya ha dejado de sorprenderme. La honradez había sido totalmente comprobada minutos antes, cuando el hombre al que comprábamos un delicioso pan con sésamo con forma de bolso quiso devolvernos hasta el último céntimo de vuelta, a pesar de que podía perfectamente habernos engañado. Después, está la picardía de las grandes ciudades, el juego de los taxistas para aprovecharse de los turistas en Beirut. Pero la gente humilde aquí no roba.
Cada vez que siento en mis carnes esta honradez árabe, cada vez que le cuento a alguien que no se preocupe, que aquí no se roba, que puede dejar una mochila en medio de la calle y volverla a recoger una hora después (con algo de suerte, mala gente la hay en todos los sitios), me acuerdo de los prejuicios europeos.
  Poco antes de venir al Líbano tuve la oportunidad de percibir la opinión de los árabes de mucha gente, que me contaba sus impresiones. Mucho racismo. Pero de entre todas la que más me impresionó es la de un hombre culto de unos 60 años. Me previno contra los árabes, contándome que no eran gente de fiar, que si uno era infiel ellos no se comportarían de la misma manera, lo despreciarían,  y podían jugar malas pasadas. Yo sólo dije que no estaba de acuerdo, no le dije lo que realmente pensaba, que tenía enquistado un prejuicio vergonzante y que me daba pena. Como él, tantos otros occidentales tienen esta visión del pueblo árabe, como si fuesen todos un atajo de fanáticos afiliados a Al Quaeda. Siempre, claro, olvidándose del propio fanatismo cristiano, que tanto mal ha hecho.

  Nabatyeh es un pequeño pueblo en el sur del Líbano de mayoría chiíta, situado entre pequeñas colinas de aspecto más bien árido, cerca de la frontera con Israel, y donde ya se respira el odio que se siente hacia ese país. Murales con estrellas de David machacadas por un puño, dianas con ésta en el centro. Lo que en realidad se puede esperar de un pueblo que ha sufrido enormemente por las acciones de los judíos, de una región que ha visto tantas veces su progreso estancarse por las ocupaciones del país vecino, y donde las infraestructuras son tan escasas por la misma razón que parece un pobre país del África profunda. No viene a cuento, pero hace falta saber esto cuando se habla del sur del Líbano.

   Nabatyeh, a donde habíamos llegado a las 7.15 am para presenciar muestras de fe y de fanatismo, sangre, y donde presenciábamos la representación de cómo Husein y su familia murieron en la batalla de Karbala. En el campo de fútbol todo había sido perfectamente cuidado para parecer un desierto. Se habían hecho montones de arena simulando dunas, al fondo se divisaban palmeras y a lo largo de la banda paneles con dibujos de desierto. Además el sol pegaba fuerte, abrasando probablemente a la mayoría, que además iban de negro.
  Después de un rato largo, Hussein y su familia, caballos, camellos y el ejército enemigo salieron al escenario con las gradas abarrotadas de gente. A nuestro alrededor una mujer vestida totalmente de negro me comunicó en francés que ya empezaba, y que podía sacar fotos. Parecía que en realidad debíamos sacar fotos para mostrar interés, y le dije a Xabi si podía dejarme su cámara para contentar al personal.  Sobre una hora estuvieron representado la muerte de Hussein, aunque nosotros decidimos irnos antes porque ninguno se enteraba de nada.

  Durante la espera de la representación nos había parecido escuchar procesiones alrededor del estadio, pero no podíamos comprobarlo donde estábamos. Yo creía que era allí  en las gradas donde estaba la gente, y las calles estarían casi vacías. Pero cuando salimos del campo vi que estaba totalmente equivocado, y que la Ashura estaba en la calle. En las aceras se arremolinaban curiosos presenciando el espectáculo. Mujeres embutidas en negro, curiosos, mujeres cubriéndose la boca, gente captando imágenes, hombres abriendo los ojos, periodistas en medio de la maraña. Yo, al principio, mirando para otro lado. Después ya me acostumbré a lo que sucedía y pude observar a donde pueden llegar los extremos y el fanatismo. Olía a sangre.

  El espectáculo eran grupos de jóvenes bajando las calles, lamentando la pérdida de Hussein, el no haber estado en la batalla protegiéndolo. Vestidos de blanco para mostrar la sangre, poco antes se habían hecho cortes en la cabeza, y llevaban en la mano machetes o espadas con las que se golpeaban de canto en la parte superior del cráneo, de donde brotaba la sangre. Algunos incluso llevaban cadenas. Al unísono gritaban ‘Haidar, Haidar’, uno de los nombres de Hussein. Así que daban vueltas por las calles, con rapidez, como sumidos en trance algunos de ellos, otros, para que negarlo, sólo mostrando su hombría. Algunos grupos sólo mostraban su dolor golpeándose la cabeza, sin provocar sangre, pero muchos eran los mejores extras de una película gore que nadie haya podido ver. Con la cara ensangrentada, con sus ropas caladas de rojo, golpeándose en las heridas de la cabeza, gritando el cuarto nombre de Hussein.
Mientras veía los charcos de sangre que se formaban en el suelo, dos hombres cogieron a uno de su propio grupo que había empezado a tener convulsiones, supongo que por la pérdida de sangre. Metían la mano en su boca para que no se tragase la lengua. Al rato una enfermera, totalmente lívida, era llevada a la carrera hacia la tienda donde multitud de enfermeros atendían a los heridos que necesitaban asistencia. Había visto demasiada sangre.

  Se repartía comida y bebida gratis para festejar el Ashura, aunque no haya nada que celebrar porque el día no deja de ser de duelo, y era curioso ver a gente comiendo, y al lado viendo pasar por todos sitios a hombres ensangrentados. Conocimos a una chica chiíta, que se ofreció sin conocernos de nada a llevarnos un día a su casa para que conociéramos a su familia en una bonita región del sur del Líbano. Estuvimos un rato hablando con ella y con su primo, y cuando se fue le ofrecimos la mano para despedirnos. Sorprendidos descubrimos que no podía tocarnos. Es algo que aun no me había pasado pero para lo cual ya estaba prevenido. Sonreímos y nos marchamos de allí. Conste en acta que sólo las muy religiosas actúan así.

  Los grupos seguían pasando, y los chiítas ensangrentados estaban por todas partes. A veces te tropezabas con ellos, con sus espadas y sus machetes, y yo no podía evitar desviar la vista ante sus ojos, ante su cara ensangrentada. Eran combatientes de una guerra en la que no habían podido estar, pese a lo cual habían decidido lucharla, y había que cederles el paso.